La máxima referenta de nuestro fútbol femenino jugó sus últimos minutos con la camiseta de la Selección Argentina. El legado de Estefanía Banini ya se percibe pero su magnitud será difícil de medir hasta que tomemos distancia, sintamos su falta y veamos florecer a las pequeñas Banini pateando por todo el país.
Por Ileana Manucci, desde Australia y Nueva Zelanda
Hace algunas semanas atrás, un poco en broma y un poco en serio, con mi amiga Eli hablábamos de fútbol y yo le decía: «Si hubiéramos nacido algunos años después estaríamos por jugar un Mundial, boluda». «Ay si, pensé lo mismo», me respondió ella. Si, las dos nos creemos mil -y ella tiene con qué porque la rompe en el F5- pero lo que guardaban esas palabras era otra cosa.
Yo recién cumplí los 36, ella recién cumplió alguno más. Pero esa idea de «si hubiéramos nacido unos años después» no tiene tanto que ver con la edad sino con lo que podíamos soñar ser y hacer. Con lo posible y lo imposible.
Nosotras, y tantas otras, pateamos una pelota desde pequeñas. Pelotas robadas a primos o hermanos, pelotas que nuestros padres nos compraron porque entendieron que las muñecas eran un gasto inútil, pelotas hechas con lo que había a mano, pelotas de otros deportes pero que nos empeñabamos en usarlas para hacer jueguitos y gritar gol. Con seguridad, la gran mayoría de nosotras nunca jugó con otras niñas o lo hizo contadas veces. Muchas volvimos a las canchas ya pisando los 30, con amigas, en un fútbol 5.
Y sin dudas recién ahora, en estos últimos años, pudimos conocer y reconocernos en algunas jugadoras de verdad, de esas que juegan en clubes y ligas posta, que visten la camiseta de la Selección. Y ahí no hay nombre que surga primero que el de Estefanía Banini.
Sin más armas que un 10 en la camiseta
El gran público comenzó a seguir la actividad de la Selección en 2018, tras la protesta en la Copa América de Chile, en plena foto pre partido. Ya un año antes el plantel había publicado una carta, exigiendo mejores condiciones para entrenar y competir.
Esa lucha atrajo una atención que luego se amplió a lo que pasaba en la cancha. Y cuando una Selección Argentina está jugando, lo que todes buscamos casi instintivamente, es ver quién tiene el 10 en la camiseta.
Y la 10 la tenía una tal Estefanía Banini. Y era una verdadera 10: gambeta, picardía, caños, presencia, la voz para pedir siempre la pelota, para no escapar de la responsabilidad que esa camiseta supone. En el Mundial de Francia 2019, donde se consolidó en ese rol clave y llevó además la cinta de capitana, el gran público la vió en todo su esplendor y su nombre quedó registrado para siempre.
Jugarse todo
Luego de Francia, cuando todas esperábamos que ese momento bisagra impulsara el crecimiento de la Selección, un balde de agua helada nos despertó del sueño desarrollista: Estefanía Banini no era convocada a los Juegos Panamericanos de Lima.
El entonces cuerpo técnico habló de dar rodaje a otras futbolistas, de problemas de agenda con los clubes, de molestias físicas. Pero ella fue clara: «Desde los 5 años entrenando para defender la celeste y blanca. Luchando desde mi lugar por la igualdad sin discriminaciones. El cuerpo técnico decidió dejarme afuera». Junto con ella quedaron afuera otras jugadoras que habían alzado la voz tras el Mundial para pedir un cambió la Selección. Ruth Bravo y Belén Potassa no volvieron a ser convocadas. Florencia Bonsegundo si, pero ella decidió no acudir a las convocatorias.
Reclamar, hablar, enfrentarse a quienes tienen el poder de decisión, le costó a Banini quedarse fuera de la Selección por casi tres años. En 2021 llegó Portanova a la conducción del equipo y recién en 2022 volvió a ser convocada.
Su cara cantando el himno, con una sonrisa y lágrimas, marcaron su vuelta en aquel amistoso en Córdoba frente a Chile. Su nombre fue coreado, aplaudido, celebrado. Al final del partido tuvo que quedarse firmando camisetas en la tribuna. Cuánto tiempo perdido.
El amor no se equivoca
Fue clave en la Copa América de Colombia para lograr la clasificación al Mundial de Australia y Nueva Zelanda. Desplegó su magia y su liderazgo, a pesar de no ser la capitana ni tener la 10 en la espalda.
Llegó a esta Copa del Mundo decidida a hacer historia, a ganar ese primer partido, los primeros tres puntos. En el primer partido, frente a Italia, fue un derroche de potrero. Pero no pudo ser.
Ya en la previa había anunciado que serían sus últimos partidos con la Selección Argentina y no maquilló las razones: «Creo que cumplí un ciclo, pasé por muy buenos momentos y por muy malos momentos. Sufrí mucho estar fuera de la Selección y el hecho de volver sentí mucho el cariño de la gente y creo que por ahí me he cansado un poco de pelear y quiero disfrutarlo quizá como una hincha más», dijo en diálogo con DSports.
Volvió, recibió todo el amor y el reconocimiento, siguió peleando -desde adentro, en silencio- y se cansó. ¿Podémos reprocharle algo? A ella no. A Bonsegundo tampoco. Pero que las dos mejores jugadoras que nuestra generación vió con la celeste y blanca se retiren de la Selección porque están hartas de los destratos y la falta de compromiso para encarar ciertos procesos, tiene que dejarnos alertas.
Estefanía Banini se va envuelta en el amor de su gente, en un afecto que le demostraron en cada partido acá, desde el otro lado del mundo, y desde Argentina. La 10 a la que no le devolvieron la 10, la capitana sin cinta.
Su legado es haber abierto las puertas del crecimiento de la Selección, aunque aún falte mucho. Es haber demostrado que a veces para ganar, hay que perder. Es haber abierto las puertas del fútbol femenino a un país que lo ignoraba y hoy mete 12 puntos de rating en la TV Pública para verlas en un Mundial.
Su legado espera, ahora, que las nuevas generaciones de futbolistas lo honren. Sin luchar, sin reclamar por lo que se considera justo, no hay avances posible.
Las niñas y las no tan niñas queremos ser las Baninis de nuestros equipos, no importa dónde juguemos ni cómo. Y eso es un horizonte, un mundo posible que antes no existía y que hoy lleva su nombre como bandera. Gracias 10, gracias capitana. Te mereces descansar.
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